Amaya Bernárdez de la Granja

12 de noviembre de  2015

 

Me toca a mí, con gran emoción, representar a mi familia Bernárdez en este homenaje al abuelo, Telmo Bernárdez Santomé.

Antes que nada queremos, quiero, agradecer a todos los que hicieron posible este evento.

Quiero hacer hincapié en que, aunque ninguno de nosotros, los Bernárdez de la segunda generación lo conocimos, formó y forma parte de nuestra vida cotidiana. Está con nosotros.

 

Dice Jaime Sabines, poeta mexicano:

Morir es retirarse, hacerse a un lado,

Ocultarse un momento, estarse quieto

Pasar el aire de una orilla a nado

Y estar en todas partes en secreto

 

Pero Telmo Bernárdez estuvo siempre en todas partes, y ahora ya no está en secreto. Recuerdo la primera vez que llegué a Redondela, ya muerto Franco, donde todo el pueblo salió a saludarme, porque era La Nieta de Don Telmo, no es poca cosa.

 

 

Puedo contarles otro ejemplo. Siempre que veníamos había flores frescas en su tumba. Increíble. Impresionante.

 

Cuentan mis padres que en su primer viaje, el tío Antucho, único hermano vivo del abuelo y ya muy viejo, abrazó a mi padre llorando, porque por primera vez en 40 años, tuvo la oportunidad de hablar de su hermano El Rojo.

 

Y cuántas personas más, al igual que el Tío, tuvieron que vivir bajo ese álgido silencio,  terribles vejaciones y humillaciones, durante este largo, larguísimo  régimen dictatorial.

 

Este homenaje nos llena de alegría, a ustedes y a mi familia, además, porque don Telmo fue un hombre bueno, entrañable, generoso, honesto, un líder, el médico de los pobres, un demócrata, un republicano. Y sobre todo, un hombre de honor.

 

Por eso lo mataron, sólo por eso.

 

Cuando revisé los documentos que se exhiben aquí, me regresó inalterada la misma rabia de siempre, la que tenemos los exiliados españoles y sus hijos.

 

Lo condenaron a pena de muerte, cito textual“…porque Telmo Bernárdez actuó siempre junto al Gobernador, para apoyar la gestión del Frente Popular, y defender a la Segunda República Española”.

 

Contaba Suso mi padre, quien tenía 20 años de edad y compartía la misma celda con él, que cuando le fue anunciada la sentencia de muerte a su padre, Telmo lo abrazó y le dijo: padre e hijo, estamos jodidos.

 

Sin embargo, tuvo el temple suficiente el día de su ejecución, para colocarse el pañuelo en el bolsillo de la chaqueta, como hizo siempre, y escribir varias cartas en capilla.

 

Con pulso firme escribió por lo menos tres: la primera a su esposa Isabel, quien fue enterrada con ella, el pañuelo ensangrentado y las balas, otra al hermano de Isabel, el tío Jesús, y la tercera al padre de Pepe el de la Estación. En las tres pide que se hagan cargo de su esposa y sus nueve hijos, dado el martirilogio que él está viviendo. Utilizo sus propias palabras.

 

El telegrama oficial donde se explica que fue ejecutada la sentencia, aclara que fue juzgado bajo Causa Sumarísima, trato exclusivo para militares, no para civiles.

 

No termina ahí la ignominia,  al contrario, se incrementa.

 

Meten a la cárcel a sus dos hijos mayores, Telmo y Suso , impiden que su hija Bela trabaje como maestra y,  en un documento que inicia diciendo en mayúsculas SALUDO A FRANCO  ¡ARRIBA  ESPAÑA¡,  se ordena, cito otra vez textualmente:

“Ruego se me informe con urgencia de la conducta, antecedentes, ideología, actuación político-social y, en especial con respecto al Glorioso Movimiento Nacional, de Isabel Gómez Costas, viuda del médico fallecido”.

La respuesta a este documento, increíblemente, dice la verdad: “Doña Isabel carece de medios de subsistencia, y se le conoce solamente una casita en la que vive, ya que los hijos que podrían ayudarla están condenados o han sido suspendidos de sus cargos. No se menciona ninguna afiliación política”.

Ello no bastó para que, cito otra vez, se llevara a cabo el embargo  de la casa, los muebles, y los enseres, derivado de la responsabilidad de su esposo ya fallecido.

 

La abuela Isabel así, se fue a Francia con un hijo en la cárcel, otro combatiendo en la batalla más cruenta, la del río Ebro, y 7 más, cuyas edades oscilaban entre los 5 y  los 17 años.

 

Vaya faena.

Pero los Bernárdez nunca se rindieron, ni lo harán jamás. Escribió mi padre, ya en México y siendo Presidente del Centro Republicano Español:

 

“Ninguno de nosotros tiene derecho, en el aspecto político, al descanso ni mucho menos al retiro. Nadie puede marginarse en la lucha por la Libertad y la República. Nada debe abatir nuestro entusiasmo, ni debilitar nuestra esperanza. Todos los caminos de España conducen a la República. Aunemos nuestros esfuerzos y voluntades, afirmemos nuestra fe republicana, abramos el pecho generoso, luchemos sin descanso por la liberación de nuestra Patria: así lo exige nuestro pueblo y lo demandan nuestros muertos”.

 

Estos hombres que perdieron la guerra, e incluso la vida, al final, están ganando la historia.

 

Viva la República.

Muchas gracias.

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