Durante la guerra, los pintores, al igual que los escritores y la sociedad española en su totalidad, se dividen en trincheras enemigas. Se ha dicho ya que, en términos generales, los pintores jóvenes, lo mismo que Picasso y Miró, se alinearon con la República. El Pabellón Español de la Exposición Internacional de París de 1937 es muestra de ello. La parte contraria estaría representada por la Bienal Fascista de Venecia de 1938.
Por el tiempo apropiado en que se inaugura la exposición española en París, dos de los pintores que en ella estaban representados, Arturo Souto y Eduardo Vicente, habían firmado en Venecia una “Ponencia colectiva” del Congreso Internacional de Escritores. SE proponía la unión de las vanguardias en un humanismo revolucionario: “queremos aprovecharnos de todo cuanto en el mundo ha sido creado con esfuerzo y clara conciencia para esforzadamente enriquecer, siquiera sea con un solo verso, con una sola pincelada, con una sola idea, que en nuestros convivir logramos esa claridad creciente del hombre”
Los pintores españoles republicanos, durante la guerra civil, se ven emplazados por un doble compromiso: la necesidad de colaborar en la defensa de la libertad, que no es ya cuestión teórica sino vital, por una parte; por otra, la necesidad de expresar su mas íntima y auténtica conciencia artística. Ambos compromisos fueron cumplidos. El primero, apremiante y apasionado, en la guerra. El segundo en el exilio y en buena parte, en la paz y libertad que en México tuvieron muchos artistas españoles para centrarse en sí mismos y poder meditar sobre la vida y la pintura. No son fortuitas, por ejemplo, las serenas reflexiones de José Moreno Villa, ni las de Ramón Gaya, acerca de la pintura, como no lo son la sabiduría plástica de Climent, el crecimiento intimísimo emotivo de Rodríguez Luna o la incesante búsqueda romántica de Souto.
Referencia bibliográfica: Artes, Arturo Souto, El exilio español en México 1939-1982.